Todo esto es normal, y discutido de modo bastante abierto por altos responsables israelíes. Hace treinta años el Jefe de Estado Mayor, Mordechai Gur, observó que desde 1948 “hemos estado luchando contra una población que vive en aldeas y ciudades. Como resumiera sus observaciones el más destacado analista militar de Israel, Zeev Schiff: “el ejército israelí siempre ha atacado a poblaciones civiles, intencional y conscientemente… el ejército, dijo, nunca ha distinguido objetivos civiles [de militares]… [pero] atacó a propósito objetivos civiles.” Los motivos fueron explicados por el distinguido estadista Abba Eban: “existía una perspectiva racional, que fue cumplida en última instancia, que afectaba a poblaciones que ejercerían presión por el cese de hostilidades.” El efecto, como bien lo entendía Eban, sería permitir que Israel implementara, sin ser molestado, sus programas de expansión ilegal y dura represión. Eban estaba comentando sobre un estudio de ataques del gobierno laborista contra civiles por el primer ministro Begin, presentando un cuadro, dijo Eban, “de un Israel que inflige desenfrenadamente toda medida posible de muerte y angustia a poblaciones civiles en un estado de ánimo reminiscente de regímenes que ni el señor Begin ni yo nos atreveríamos a mencionar por su nombre.” Eban no disputó los hechos estudiados por Begin, pero lo criticó por declararlos en público. Tampoco preocupó a Eban, o a sus admiradores, que su propugnación de un masivo terror estatal también sea reminiscente de regímenes que no se atrevía a mencionar por su nombre.
La justificación del terror estatal por Eban es considerada por lo persuasiva por autoridades respetadas. Mientras continuaba el actual ataque de EE.UU. e Israel, el columnista del Times, Thomas Friedman, explicó que las tácticas de Israel tanto en el actual ataque y en su invasión del Líbano en 2006 se basan en el sano principio de “tratar de ‘educar’ a Hamás, infligiendo un fuerte número de víctimas mortales a militantes de Hamás y un fuerte dolor a la población de Gaza.” Eso tiene sentido sobre una base pragmática, como lo tuvo en el Líbano, donde “la única fuente de disuasión a largo plazo fue infligir suficiente dolor a los civiles – a las familias y empleadores de los militantes – para contener a Hezbolá en el futuro.” Y por una lógica similar, el esfuerzo de bin Laden por “educar” a los estadounidenses el 11-S fue altamente digno de elogio, como los ataques nazis contra Lídice y Oradour, la destrucción de Grozny por Putin, y otros notables intentos de “educación.”
Israel se ha esforzado por dejar en claro su dedicación a esos principios guía. El corresponsal del New York Times, Stephen Erlanger, informa que los grupos de derechos humanos israelíes están “inquietos por los ataques israelíes contra edificios que creen que debieran ser clasificados como civiles, como el parlamento, estaciones de policía y el palacio presidencial” – y, podríamos agregar, aldeas, casas, campos de refugiados densamente poblados, sistemas de agua y alcantarillado, hospitales, escuelas y universidades, mezquitas, instalaciones de ayuda de la ONU, ambulancias, y por cierto todo lo que pudiera aliviar el dolor de las indignas víctimas. Un alto oficial de inteligencia israelí explicó que el ejército israelí atacaron “ambos aspectos de Hamás – su ala de resistencia o militar y su dawa, o ala social,” este último un eufemismo para la sociedad civil. “Argumentó que Hamás era todo de una pieza,” continúa Erlanger, “y en una guerra sus instrumentos de control político y social son un objetivo tan legítimo como sus escondites de cohetes.” Erlanger y sus editores no agregan ningún comentario sobre la propugnación abierta, y práctica, del terrorismo masivo contra civiles, aunque corresponsales y columnistas señalizan su tolerancia o incluso propugnación explícita de crímenes de guerra, como señalado. Pero ajustándose a la norma, Erlanger no deja de subrayar que los ataques con cohetes de Hamás son “una obvia violación del principio de discriminación y se ajustan a la definición clásica del terrorismo.”
Como otros familiarizados con la región, el especialista en Oriente Próximo, Fawwaz Gerges, observa que “Lo que funcionarios israelíes y sus aliados estadounidenses no aprecian es que Hamás no es sólo una milicia armada sino un movimiento social con una amplia base popular que está profundamente arraigado en la sociedad.” De ahí que cuando realizan sus planes para destruir el “ala social” de Hamás, estén apuntando a destruir la sociedad palestina.
Puede que Gerges sea demasiado benévolo. Es muy poco probable que funcionarios israelíes y estadounidenses –o los medios y otros comentaristas– no aprecien esos hechos. Más bien, adoptan implícitamente la perspectiva tradicional de los que monopolizan los medios de violencia: nuestro puño de hierro puede aplastar toda oposición, y si nuestro furioso ataque resulta en numerosas víctimas civiles, todo sea por bien: tal vez los que queden serán adecuadamente educados.
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