El sábado 27 de diciembre, EE.UU. e Israel lanzaron su mayor ataque contra indefensos palestinos. El ataque había sido meticulosamente planificado, durante más de 6 meses según la prensa israelí. La planificación tuvo dos componentes: militares y propagandísticos. Se basó en las lecciones de la invasión del Líbano por Israel en 2006 que fue considerada como mal planificada y mal publicitada. Podemos, por lo tanto, estar bastante seguros que de que lo que se hizo y dijo fue pre-planificado e intencional.
Eso seguramente incluye la oportunidad del ataque: poco antes de mediodía, cuando los niños volvían de las escuelas y la gente se acumulaba en las calles de la densamente poblada Ciudad de Gaza. Sólo costó unos pocos minutos para matar a más de 225 personas y herir a 700, un comienzo auspicioso para la matanza masiva de civiles indefensos atrapados en una pequeña jaula sin tener a dónde huir.
En su retrospectiva “Desglose de los logros de la Guerra de Gaza,” el corresponsal del New York Times, Ethan Bronner citó lo siguiente como uno de sus logros más significativos. Israel calculó que sería ventajoso si parecía “volverse loco,” causando un terror vastamente desproporcionado, una doctrina que se remonta a los años cincuenta. “Los palestinos en Gaza captaron el mensaje el primer día,” escribió Bronner, “cuando los aviones de guerra israelíes atacaron simultáneamente numerosos objetivos en medio de un sábado por la mañana. Unos 200 fueron muertos instantáneamente, horrorizando a Hamás y por cierto a toda Gaza.” La táctica de “volverse loco” parece haber sido exitosa. Bronner concluyó que: existen “limitadas indicaciones de que la gente de Gaza sintió un tal dolor por esta guerra que tratará de controlar a Hamás,” el gobierno elegido. Es otra antigua doctrina de terror estatal. No recuerdo, a propósito, la retrospectiva del Times “Desglose de los logros de la Guerra de Chechenia,” aunque los logros fueron grandes.
La meticulosa planificación también incluyó presumiblemente la terminación del ataque, programado cuidadosamente para que tuviera lugar justo antes de la investidura, para minimizar la (remota) amenaza de que Obama tuviera algo crítico que decir sobre esos depravados crímenes apoyados por EE.UU.
Dos semanas después del comienzo del ataque durante el Sabbat, cuando gran parte de Gaza había sido convertida en escombros y la cantidad de víctimas mortales se acercaba a las 1.000, la agencia de la ONU UNRWA, de la que depende la mayoría de los gazanos para sobrevivir, anunció que los militares israelíes rehusaban permitir cargamentos de ayuda para Gaza, diciendo que los cruces estaban cerrados por ser Sabbat. Para honorar el día sagrado, había que negar alimentos y medicinas a los palestinos al límite de la supervivencia, pero cientos pueden ser masacrados ese mismo día por bombarderos jet y helicópteros estadounidenses.
Esta doble manera de observar rigurosamente el Sabbat atrajo poca, si alguna, atención. Tiene sentido. En los anales de la criminalidad estadounidense-israelí, una tal crueldad y cinismo apenas merecen más que una nota al pie. Son demasiado familiares. Para citar un paralelo relevante: en junio de 1982, la invasión israelí del Líbano respaldada por EE.UU. comenzó con el bombardeo de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, que después de hicieron famosos como el lugar de terribles masacres supervisadas por el ejército israelí (Fuerzas de ‘Defensa’ Israelíes–ejército israelí). El bombardeo alcanzó el hospital local –el hospital Gaza [en Sabra, N. del T.]– y mató a más de 200 personas, según el informe de un testigo presencial, un especialista académico estadounidense en Oriente Próximo. La matanza fue el acto inicial de una invasión que mató entre 15.000 y 20.000 personas y destruyó gran parte del sur del Líbano y Beirut, que procedió con un crucial apoyo militar y diplomático de EE.UU. Este incluyó vetos de resoluciones del Consejo de Seguridad que trataron de detener la criminal agresión que fue emprendida, como apenas fue ocultado, para defender a Israel de la amenaza de una solución política pacífica, contrariamente a muchas patrañas convenientes sobre el sufrimiento de los israelíes bajo intensos disparos de cohetes, una fantasía de apólogos.
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